📚 Mis Lecturas (literatura, no académicas, etc.)

Título, autoría, fecha de lectura y con enlace a búsqueda en WorldCat y citas que apunté. Hecho por pedrolr (Contacto - Blog - Mastodon - Perfiles - About)

Citas que apunté de "El archivo de los sentimientos" de Peter Stamm

Compartimos siempre un trecho del camino hasta la escuela. Junto al gran cruce, donde nuestros caminos se separan, nos detenemos a menudo un buen rato para charlar. ¿De qué hablábamos entonces? Era como si nunca se nos agotaran los temas de conversación.
«¿Sabías que no puedes hacerte cosquillas a ti mismo?», me pregunta, y se pasa luego la hierba por el rostro y sonríe.
Renuncié a Anita como he renunciado a otras tantas cosas en los últimos años, y con ello renuncié tal vez a mi última oportunidad de llevar una vida normal, una vida como la que se espera de cualquiera. Pero de mí ya nadie espera nada, y yo el que menos, por eso me he ido aislando de todo cada vez más.
Me da igual que digan que ya nadie necesita un archivo, que son un anacronismo en la era de las bases de datos y las búsquedas de texto.
Un archivo no es sólo un reflejo del mundo, es un mundo en sí mismo. Y, a diferencia del mundo real, un archivo tiene un orden, en él todo tiene su lugar prestablecido y, con un poco de práctica, puedes encontrarlo en cualquier momento. Ése es el verdadero propósito del archivo: estar ahí, poner orden.
Una vez que algo queda clasificado en una jerarquía de temas, se vuelve comprensible y controlable. Cuando todo es igualmente válido, como en internet, nada tiene valor.
En mi vida no acontece nada, y nunca me interesaron los intercambios de opiniones. ¿A quién le importa lo que yo piense del presidente de Estados Unidos, o cómo valoro las relaciones entre Suiza y la Unión Europea, si estoy en contra o a favor del Brexit o de la eliminación de las centrales atómicas? Las opiniones nada tienen que ver con los hechos, sino con sentimientos, y mis sentimientos no le incumben a nadie.
Sencillamente, mis intentos por llevar una vida normal fracasaron. Son cosas que pasan, y nadie tiene la culpa. Ahora prefiero vivir con mis recuerdos en lugar de acumular nuevas experiencias, las cuales, a fin de cuentas, no conducen a nada, salvo al dolor. Yo no escogí la vida que llevo, se dio así, debido a mi predisposición, a cada encuentro y acontecimiento fortuito.
Cuanto más sofisticados se hacían mis sistemas de pensamiento, más me percataba de que no tenían nada que ver con la realidad,
No recuerdo que me hayan llevado nunca en brazos, puede incluso que nunca lo deseara. Desde temprano quise andar por mi cuenta y que me dejaran en paz. Es probable que tampoco haya tenido mucha fe en las personas. No espero nada de ellas, y pronto comprendí que, cuanto más rápido cumpliera sus expectativas e hiciera lo que esperaban de mí, más rápido me dejarían en paz.
Yo pasaba mucho tiempo solo, pero únicamente en presencia de otras personas sufría por culpa de la soledad.
Me gusta ese lento deterioro de la casa, ver desconcharse la pintura de los postigos, cómo se desmorona la masilla de las juntas en las ventanas. Me gustan las telarañas en los rincones de las habitaciones, el polvo en unos libros que, en su mayoría, pertenecieron a mis padres.
Cuando mejor me sentía era durante las conferencias o en la biblioteca, en la gran sala, donde estaba en compañía de otras personas, pero en mi mundo, concentrado en escuchar, leer o redactar algún texto.
Llegué a la conclusión de que un ser vivo cuya percepción sólo se constituyese de dolor tendría que vivir en un mundo sólo constituido por él mismo. Únicamente nos percibimos a nosotros mismos a través de nuestro dolor, únicamente existimos porque sentimos dolor, el dolor es la propia existencia.
Sólo entonces, cuando, con actitud obstinada, repetí aquellas palabras que parecían aprendidas de memoria, noté lo falsas que sonaban, lo insuficientes que eran. Era como si yo redujera todo lo maravilloso y enigmático que sentía por Franziska a esas estúpidas palabras tan manidas.
Recuerdo a Franziska, su sonrisa, su breve vacilación, y recuerdo incluso su beso, que, a pesar de la brevedad, fue algo más que amistoso. Del único del que no me acuerdo es de mí. En esas imágenes del pasado, el lugar donde yo debería estar está cubierto por una mancha borrosa, un vacío. Es como si el joven de entonces sólo fuera la perspectiva de mis recuerdos, no una persona viva.
Tal vez sea yo quien se vuelve más transparente y pierde vitalidad, y llegará el momento en que sólo viva por no tener la fuerza suficiente para poner fin a todo.
La verdad es que, en todos estos años, no he conseguido ser más inteligente, sólo más viejo.
¿Cuántas cartas le escribí que nunca envié? ¿Las conservo aún? ¿Tengo alguna carpeta dedicada al amor, a mi amor? ¿Cómo lo clasificaría? ¿Lo pondría en la sección de antropología, en la de interacción social? ¿En medicina, salud, enfermedades y trastornos psíquicos?
No puedo desordenarlo a mi antojo, sólo por no estar de acuerdo con el tesauro, creado hace casi ciento cincuenta años y empleado en todo el mundo. Puede ampliarse de forma indefinida, pero no modificarse.
Pero en ocasiones llegué a preguntarme si no estaría más bien enamorado de mis sentimientos y no tanto de ella...
Tiene que haber cosas ahí que guardé hace veinte o treinta años, sin pensarlo demasiado, cosas que nunca he vuelto a sacar ni a mirar, fósiles de mi juventud. Algún día, cuando muera, una empresa de recogida de trastos vendrá, hará un rápido examen en busca de dinero u objetos de valor y se lo llevará todo a un chamarilero o a la planta de quema de residuos. Salvo un poco de humo y unas kilocalorías para la calefacción urbana, no quedará nada de mi vida.
Tendrá que terminar en algún momento. Cuando uno construye algo, no debe pensar en que todo algún día desaparecerá.
Cuando uno construye algo, no debe pensar en que todo algún día desaparecerá.
Por las mañanas, salía a comprar cruasanes, pero no en la panadería de nuestra calle, sino en otra situada dos calles más allá, la que a mi chica le parecía mejor. Nunca me había planteado que hubiera panaderías mejores o peores...
Ya no recuerdo por qué, pero sé que le escribí una carta y se la dejé una mañana por debajo de la puerta; recuerdo que esa noche ella se presentó en la pensión y lloró. Recuerdo también que nos reconciliamos. Un drama de ayer que hoy no es más que la sombra de un recuerdo.
Recuerdo esos largos intercambios, los altibajos, pero todo, en retrospectiva, me parece tan banal como las propias cartas. Cosas que me ocurrieron, gente a la que conocí, nada de eso tiene algo que ver conmigo, nada explica lo que yo era entonces ni en quien me he convertido.
La hora de los demonios no es la noche, sino el mediodía. Parece que el sol se detuviera en el cenit, una breve eternidad en la que todo puede suceder. Tampoco parece gustarles mucho a las aves, que enmudecen y sólo vuelven a salir de sus refugios al caer la tarde.
—Tú eres mi amigo—dijo ella, y me acarició la espalda como yo había hecho un momento antes con la suya—. Prométeme que, pase lo que pase, seguiremos siendo amigos. No fue hasta mucho después cuando me pregunté qué habría querido decir con eso. «Pase lo que pase».
Me asombra casi siempre la cantidad de lugares que desconozco, a pesar de que he pasado mi vida entera aquí. Siempre he transitado los mismos caminos sin mirar a los lados. Me pregunto cuántas calles y callejuelas habrá en mi ciudad por las que nunca he pasado.
Hasta donde puedo recordar, siempre dudé de mis sentimientos, y cada vez que éstos se desbordaban, solía apartarme un poco hacia un lado para observarme a mí mismo desde cierta distancia.
Todo está interrelacionado, incluso lo más terrible puede dar lugar a algo bueno. Si me deshago del fascismo, tendría que ser consecuente y deshacerme también del antifascismo, sacarlo del sistema, y con él a todas las personas maravillosas que lucharon contra los fascistas.
No respondí nada. Nunca me ha gustado que los demás piensen sobre mi vida, que se imaginen lo que hago o dejo de hacer. Esos clones míos que habitan en cuerpos ajenos no tienen nada que ver conmigo, pero me amenazan, tienen el mismo aspecto que yo, imitan mi voz, hacen cosas que yo jamás haría, pero que son posibilidades que llegan a formar parte de mi vida.
«Te conozco mejor de lo que te conoces a ti mismo». ¿Cuál de mis novias me había dicho eso? Aquella afirmación me había irritado y, al mismo tiempo, me había desarmado. ¿Qué podía responder a eso?
Tenía la costumbre de ponerse primero el sujetador y luego las bragas, lo que a mí me excitaba de un modo extraño.
Le dije que mi vida era un absoluto caos, que por el momento necesitaba tranquilidad y tiempo para mí.
Puede fracasar de cien maneras, pero no consigo imaginar cómo puede salir bien.
Sólo veo a un par de ancianos solos. Parecen buscar algo en cuya existencia ni ellos mismos creen.
Miro mis manos, que sostienen la taza vacía, y, en efecto, parecen mucho más jóvenes que las que veo en mis recuerdos.
—Nos hacemos viejos. Cuando ya no nos duela nada es que estamos muertos.
Nunca me importó mi aspecto, me cuidaba lo justo para no destacar, para desaparecer en la multitud, para ser invisible.
Hoy, junto al río, me vi pensando que en los momentos más felices de mi vida siempre estuve solo. En realidad, es un pensamiento triste. Pero ¿por qué? ¿Porque me basto a mí mismo? Antes solía leer mucho, vivía más en mundos ficticios que en los reales. Entretanto, yo mismo me creo mi mundo. Mi imaginación me ha proporcionado todo cuanto puedo desear. La realidad nunca estuvo a la altura.
Ésos son los momentos más felices y, a la vez, los más tristes de mi vida, una dicha percibida como desdicha, o al revés, una desdicha que es, a la larga, dicha.
Me amaba y ambos estábamos juntos. Hubo siempre momentos de claridad, como hoy, a orillas del río, momentos en que intuía que la realidad podría ser mucho más, ser más rica e intensa que cualquier vida imaginada. Ésos son los momentos más felices y, a la vez, los más tristes de mi vida, una dicha percibida como desdicha, o al revés, una desdicha que es, a la larga, dicha.
Hubo siempre momentos de claridad, como hoy, a orillas del río, momentos en que intuía que la realidad podría ser mucho más, ser más rica e intensa que cualquier vida imaginada. Ésos son los momentos más felices y, a la vez, los más tristes de mi vida, una dicha percibida como desdicha, o al revés, una desdicha que es, a la larga, dicha. Una cosa y lo mismo. Entonces cobro conciencia de lo que pudiera ser la vida, pero también de lo poco que me he involucrado en ella. ¿Alguien me echará de menos alguna vez cuando yo ya no esté? ¿Quiénes? ¿Esas pocas personas que todavía me mandan postales por mi cumpleaños o por Navidad? Ni siquiera ellas. Si alguna vez se tropiezan con el anuncio de mi muerte, me dedicarán un último pensamiento y tacharán mi nombre de sus libretas de contactos, entonces todo será como si no hubiera vivido. Siempre he sido el que está ahí.
Siempre me gustó de ella que riera con frecuencia, ese modo de ser suyo, despreocupado, pero sin llegar a ser superficial.
Me embarga una agobiante sensación de vacío, pero no soy capaz de decir si es algo positivo o negativo. Es una mezcla de tristeza y alivio como la que he sentido después de otras pérdidas que me han dolido y, al mismo tiempo, me han liberado.
Ahora, con la perspectiva de los años, me pregunto qué vio ella entonces en mí, qué significaba para ella nuestra amistad. Entonces nunca me lo pregunté, yo estaba enamorado y sólo pensaba en mí, en mis anhelos y mi deseo. Ahora debo admitir que éramos una pareja bastante peculiar, la estrella de la canción pop y el tipo raro y solitario, la bella y la bestia.
Ahora tendría que decir que la amo todavía, pero no tengo la certeza de que eso sea cierto, si es ella a la que amo o amo más bien los recuerdos que guardo de ella.
A continuación, tira de la manta y nos tapa a los dos, luego se arrima a mí, de espaldas, y yo la abrazo. Me parece que estamos ahora más cerca que nunca, como si nos amáramos.