Citas que apunté de "Océano mar" de Alessandro Baricco
«En cierto modo es como sentirse morir. O desaparecer. Eso es: desaparecer. Parece como si tus ojos se te desprendieran de la cara y las manos se convirtieran en las manos de otro, y entonces tú piensas ¿qué me está sucediendo?, y mientras tanto el corazón te late dentro una barbaridad, no te deja en paz… y por todas partes es como si algunos trozos de ti se te desprendieran, ya no los sientes…, en resumen, que estás a punto de desvanecerte, y entonces yo me digo tienes que pensar en algo, tienes que mantenerte aferrada a un pensamiento, si consigo hacerme pequeña en ese pensamiento después todo pasará, sólo hay que resistir, pero lo cierto es que…, eso es de verdad el horror…, lo cierto es ya no hay pensamientos, en ninguna parte en tu interior, ya no queda ni un pensamiento sino sólo sensaciones, ¿comprendéis?
«A mi padre un día lo vi dormir. Entré en su habitación y lo vi. A mi padre. Dormía completamente encogido, como los niños, de lado, con las piernas encogidas, y los puños cerrados…, no lo olvidaré jamás…, mi padre, el barón de Carewall. Dormía como duermen los niños. ¿Lo comprendéis vos? Cómo es posible no tener miedo si hasta…, cómo hacer si incluso…»
—Vos debéis de ser Bartleboom.
Bartleboom, la verdad, esperaba una ola. O algo parecido. Levantó los ojos y vio a una mujer, encerrada en un elegante chal violeta.
—Bartleboom, sí…, profesor Ismael Bartleboom.
—¿Habéis perdido algo?
Bartleboom se dio cuenta de que había permanecido inclinado hacia adelante, todavía rígido en el científico perfil del instrumento óptico en el que se había transmutado. Se enderezó con toda la naturalidad de la que fue capaz. Poquísima.
—No. Estoy trabajando.
—¿Trabajando?
Sí, estoy haciendo…, estoy haciendo unas investigaciones, ¿sabéis?, unas investigaciones…
—Ah.
—Investigaciones científicas, quiero decir…
—Científicas.
—Sí.
Silencio. La mujer se ciñe el chal violeta
—¿Conchas, líquenes, cosas así?
—No, olas. Eso dijo: olas.
—O sea…, fijaos ahí, donde llega el agua…, sube por la playa, luego se detiene…, eso es, precisamente ese punto, donde se detiene…, dura apenas un instante, mirad, eso es, por ejemplo, allí…, como veis, apenas dura un instante, después desaparece, pero si se consiguiera detener ese instante…, cuando el agua se detiene, precisamente ese punto, esa curva…, es eso lo que estudio. Donde se detiene el agua.
—¿Y qué es lo que hay que estudiar?
—Bueno, es un punto importante…, a veces no se le presta atención, pero pensándolo bien ahí sucede algo extraordinario, algo… extraordinario.
—¿De verdad?
Bartleboom se acercó ligeramente a la mujer. Se hubiera dicho que tenía un secreto que decir cuando dijo
—Ahí acaba el mar.
Bartleboom tiene treinta y ocho años. Él cree que en alguna parte, por el mundo, encontrará algún día a una mujer que, desde siempre, es su mujer. De vez en cuando lamenta que el destino se obstine en hacerle esperar con obstinación tan descortés, pero con el tiempo ha aprendido a pensar en el asunto con gran serenidad. Casi cada día, desde hace ya años, toma la pluma y le escribe. No tiene nombre y no tiene señas para poner en los sobres, pero tiene una vida que contar. Y ¿a quién sino a ella? Él cree que cuando se encuentren será hermoso depositar en su regazo una caja de caoba repleta de cartas y decirle —Te esperaba. Ella abrirá la caja y lentamente, cuando quiera, leerá las cartas una a una y retrocediendo por un kilométrico hilo de tinta azul recobrará los años —los días, los instantes— que ese hombre, incluso antes de conocerla, ya le había regalado. O tal vez, más sencillamente, volcará la caja y, atónita ante aquella divertida nevada de cartas, sonreirá diciéndole a ese hombre —Tú estás loco. Y lo amará para siempre.
—¿Leche? Bartleboom tomaba siempre el té con limón.
—Sí, gracias…, leche.
Una nube. Azúcar Cucharilla. Cucharilla que da vueltas en la taza. Cucharilla que se detiene. Cucharilla en el platito.