John Banville, en una entrevista en La Lectura:
Me gustaría volver a empezar, aunque seguro que cometería los mismos errores, pero ojalá pudiera volver a empezar. Espero aún tener unos años de diversión antes de empezar a perder las palabras...
Betina González, en Las poseídas:
Las cosas tienden a romperse, a desunirse, a desacoplarse naturalmente. Nada de lo que hacemos tiene otra función más que acelerar ese proceso. Son muy raros los casos en los que ocurre lo contrario --cualquier acercamiento, cualquier intimidad lleva consigo la semilla potencialmente destructora del amor. La depravación absoluta no está reservada a los demonios. La depravación absoluta es la aceptación de esa verdad que te envuelve con su rara belleza. No hace falta comprender más que esa ley para entrar sin problemas en la música del mundo y su constante negación de la vida.
Mario Benedetti, en Historias de París:
Le gustaba la gente pero no se encadenaba. Se entretenía con el paisaje pero al final se empalagaba de tanto verde y añoraba el hollín de las ciudades. Saboreaba las tensiones metropolitanas, pero llegaba un día en que se sentía cercado por los imponentes bloques de cemento.
Gabriel García Márquez, en El coronel no tiene quien le escriba:
La mujer se desesperó.
—Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía—. Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder.
— Mierda.