Archivo por meses: junio 2023

Mi tesis, Plaza Olavide, Calle Fuencarral, Tribunal, Bukowski, y la Biblioteca Central

En 2008-2009 yo vivía en Tribunal, Madrid. Realmente iba y venía de casa en casa. Conocía la Plaza de Olavide por el «Bar Arcoiris». Era la sede del grupo de música donde toqué primero el bajo y luego la batería, todo unos años antes. De ahí conocí la por entonces Biblioteca Central de Madrid. Iba a menudo, varias veces a la semana. Me gustaba recorrer la calle Fuencarral. Con esta calle pasa algo curioso visto hoy en perspectiva. Primero arreglaron la parte más cercana a Quevedo, y tiempo después, renovaron la parte que llega a Gran Vía. Por un tiempo, la parte nueva de la calle fue la que hoy ya es la vieja, por la renovación posterior de la parte que llega a Gran Vía. Y con la Biblioteca Central igual. Pasó a llamarse unos años después Biblioteca Pública José Luís Sampedro. Con mi banco de la Plaza de Olavide pasó que unos años después los renovaron y desapareció…

Mi tesis (2019) trató sobre libros y bibliotecas, y cuando la hice pensé que iba a quedar bien añadir unas líneas al inicio tipo frase o líneas célebres de algunos libros: como un homenaje a algunos libros y bibliotecas. Lo hice tipo el poema de Bukowski «El incendio de un sueño» (por el incendio de la biblioteca pública de Los Ángeles en 1991), intercalando títulos de novelas que leí por aquel entonces en 2008-2009; y siguiendo lo que una vez un conocido me dijo que él llamaba la regla de los tres sinónimos en Juan Ramón Jiménez (Platero es pequeño, peludo, suave; idilio fresco, alegre, sentimental…)

En mi tesis añadí estas líneas a modo de inicio:

Iba y venía de casa en casa, pero siempre trataba de estar a un paseo de la biblioteca central. Me gustaba pasear por la zona nueva de la calle Fuencarral y desde ahí llegar hasta la plaza de Olavide; a veces me sentaba en mi banco y contemplaba el medio con tranquilidad. Lo llamaba mi banco porque tenía escrito mi nombre y una fecha: “Piter Jones, 04-08”. Solía ir una vez por semana a la biblioteca a sacar libros, tres. A veces pasaba primero por alguna librería para coger algún título; otras iba y sacaba libros al azar: Una noche en el club, Bilbao-New York-Bilbao, El blues de Budy Bolden. Un negro con un saxo, La vida en sordina, Sueños de Einstein; Historia de una escalera, Océano mar, Pobres gentes… Me gustaban los libros pequeños y los de teatro; leía libros infantiles y me gustaban porque en realidad no eran tan infantiles. Otras veces me pasaba por la sección de filosofía y recordaba aquellos buenos momentos en la facultad de Madrid con mis amigos de allí: La ciudad que tenía de todo, El cartero del rey, Buda blues. Un viejo que leía novelas de amor, Tres sombreros de copa, Platero y yo. Las bicicletas son para el verano, El hombre que adoraba a Janis Joplin, La soledad de los números primos. Rompepistas, Calígula: Arrancad las semillas, fusilad a los niños. También solía repetir lecturas, y cada vez que iba me pasaba por la B de Bandini para ver cuántos ejemplares estaban prestados, y entonces pensaba para mis adentros: “Oh John! Soy Piter, El pequeño de los Jones, ¿Sabes? ‘Las colinas de antaño’ y ‘El perrito que reía’ están prestados, ahora mismo le estás cambiando la vida a alguien, amigo”.

Agosto de 2009

Publicado el 29 junio de 2023 por Pedro Lázaro Rodríguez; con licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional y en la categoría "Bibliotecas"

Volver al top de la página

«Lo que mueve el mundo», de Kirmen Uribe

Leí este libro en 2019. Dedico mucho tiempo a pensar en la idea de qué es lo que mueve el mundo, o lo que mueve al mundo. Aquí algunos fragmentos que subrayé:

Los lugares desconocidos a menudo nos resultan fríos. Se apodera de nosotros una especie de penumbra sombría, y notamos más la ausencia de las personas que fuimos dejando atrás.

Durante aquellos días de camping, mientras caminaban por los senderos, Robert, Aline y los niños marcaban el paso entonando canciones de la República española. Marchaban en fila india, uno detrás de otro, el batallón de los inútiles soldados de buen corazón. Así llegaban a la cima en un suspiro, casi sin darse cuenta.

Robert estaba ingresado con neumonía por haber estado caminando por el bosque una tarde de tormenta. Le encantaban los días de tormenta, sentir en su cara la lluvia y el frío.

Lo mismo que a Ludwig van Beethoven. Cuando estaba componiendo, al maestro le gustaba pasear, si era bajo la lluvia mejor aún, porque así se le aclaraban las ideas. En su vejez, estando ya sordo, Beethoven iba cantando por los prados. Una vez un campesino que intentaba poner el yugo a sus vacas se quejó. Al ver a aquel hombre que cantaba y agitaba los brazos, las vacas se asustaron. Se liberaron del yugo y huyeron monte arriba. El campesino se puso a gritarle sus quejas, pero Beethoven no se enteraba de nada. Al cabo de unos días los labradores de la zona se tranquilizaron al enterarse de quién era aquel loco que paseaba por los prados cantando y agitando los brazos, y a partir de entonces no le hicieron ningún caso. Las vacas tampoco: levantaban un poco la cabeza, veían al loco y seguían pastando.

Las rupturas no llegan de repente, acostumbran a ser consecuencia de una herida que lleva tiempo abierta. Como en los terremotos, las capas interiores de la tierra presionan en silencio, una contra otra, hasta que, en un momento dado, desgarran la corteza terrestre. La razón de la ruptura, la causa más profunda, tampoco solemos verla con claridad hasta que ha pasado un tiempo. Y pocas veces suele ser única -un solo desencuentro, una sola riña- la razón que provoca todo ese terremoto. Además, con el paso del tiempo, aquella razón que tanto nos ofendió se va difuminando, va perdiendo sus aristas, igual que las figuras de las portadas góticas, y ya no nos hace sufrir tanto.

Los amigos no se enfadan de repente; por el contrario, la vida de cada cual tira hacia uno y otro lado, y son esas fuerzas las que desgarran la amistad, como una tela vieja cuando tiramos de ella. Y uno piensa cómo es posible que personas que en un tiempo estuvieron tan cerca estén luego tan lejos; que las mismas personas que una vez se llevaron tan bien luego reaccionen con amargura, con rabia despiadada, como el peor de los amantes.

Un amigo te aceptará tal como eres, defectos incluidos, aun cuando por un momento lo dejes de lado. Y, a pesar de que pase mucho tiempo sin que estéis juntos, no se preocupa; para un amigo, el tiempo tiene otra medida, así que no se apura. Te pondrás a hablar con él como si os hubierais visto la víspera; como si, a pesar del paso de los años, siguieras siendo el de siempre. Saber que siempre estará ahí, que admitirá los excesos que hagas en la vida, aporta una gran tranquilidad, una paz que tal vez no pueda alcanzarse en otro tipo de relación. Quizá sea la amistad la más perfecta de las relaciones, o la más humana.

Al ir hojeándolo leo estas tres frases de Safo:
“Ante el odio, nada mejor que el silencio”
Y más abajo:
“Una persona bella solo lo es mientras la ven los demás, pero una persona sabia lo es incluso cuando nadie la ve”
Y por último:
“Si la muerte fuera buena, los dioses no serían inmortales”

– Mientras traducía esa novela tan mala me he dedicado a pensar en qué es lo que hace buena a una obra literaria.
– La belleza, dice Herman.
– No tiene nada que ver con la belleza. Ni con que sea contemporáneo, ni con que incorpore innovaciones formales. Esas son cuestiones teóricas, pasto para la crítica. En mi opinión, lo que importa es algo que no aparece en el texto, que está entre líneas.
– ¿El encanto?
– Yo no usaría esa palabra. Prefiero llamarlo impulso.

Un viejo poema chino dice que si dos personas se quieren mucho, si han estado muy unidas y una de las dos muere, la que muere en realidad es aquella que sigue andando.

Publicado el 17 junio de 2023 por Pedro Lázaro Rodríguez; con licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional y en la categoría "Bibliotecas"

Volver al top de la página

«El viaje a ninguna parte» de Fernando Fernán Gómez

Leí hace tiempo «El viaje a ninguna parte» de Fernando Fernán Gómez y me gustó (enlace en wordlcat). Hace 4 años leí «Las bicicletas son para el verano» y también me gustó (enlace en wordlcat). Hoy he recuperado algunas líneas que subrayé del primero, y son estas:

Tiene veneno, ¿sabes?, el teatro tiene veneno… Un no sé qué, un misterio. Hay gente que dice: voy a probar, un año, dos, y si me va mal, me dedico a otra cosa. Y luego no lo pueden dejar. Tiene veneno. Haces reír a la gente, les haces gozar. O llorar, según tú quieras. Tienes que aprenderte párrafos hasta de Benavente. Y, como es lógico, algo se pega. Los cómicos somos una casta privilegiada, de verdad.

Ahora me gusta recordar aquellos tiempos… Sí, me gusta recordarlos… Pero la verdad es que fueron malos tiempos. Ahora, al cabo de los años, en el recuerdo, así…, contada, incluso parece divertida la vida que llevábamos.

—¿Cómo se titula? —Canuto, no seas bruto. —No está mal. Tiene gancho.

¡Ay, don Carlos, cuando se acaba un amor parece que se acaba el mundo! Pero el puñetero mundo no se acaba.

Una noche de aquel verano, cuando representábamos en Madrid «Un drama de Calderón», de Muñoz Seca, vino al teatro Miguel Mihura. Y me descubrió. Fíjese usted lo que son las cosas: a mis años, me descubrió. Me dio un papel corto, pero muy lúcido, en su próxima comedia.

¿Son algo ocho años en una vida que va camino de los setenta? Un relámpago, nada más.

Publicado el 7 junio de 2023 por Pedro Lázaro Rodríguez; con licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional y en la categoría "Bibliotecas"

Volver al top de la página